Hay más contadores de cuentos que gotas de agua en el océano. Quiero decir que hace unos cuantos años no era tan fácil e inmediato llegar con tu historia a una audiencia más o menos grande, pero hoy gracias (y también por culpa de) las redes sociales, e internet en general, compartir un texto, un vídeo, un audio es tan fácil e instantáneo que casi asusta.
Cuál es la parte negativa que intento destacar: tu historia es una más entre millones de ellas. Historias que cuenta la persona que está sentada a tu lado y la cuenta la que está sentada a miles de kilómetros de ti. Historias que pueden ser igual de buenas o de malas, pero que por algún factor, conocido o desconocido, van a calar de diferente manera en los lectores. Y son ellos, los lectores, la audiencia, los que tienen el poder en este momento.
Antonio Núñez en su libro ¡Será mejor que lo cuentes! (Ediciones Urano, 2010) incide en ello en varias ocasiones: «… el cetro del poder de la Economía de la Atención cambia de manos. Ya no mandan los grandes emisores, sino los, hoy todopoderosos, receptores. Estos deciden cómo, cuándo, dónde y a quién prestar su valioso tiempo de atención» (pp. 21-22). Es un hecho, el ser humano se ha impuesto un nivel de aceleración en sus vidas que obliga a seleccionar cómo emplear el tiempo, tanto en la faceta personal de la vida como en el trabajo, en los estudios, el ocio. Todo ha quedado condicionado por el tiempo disponible y la ingente carga de actividades que creemos que debemos hacer para que el mundo siga girando… Y el gran beneficiado o perjudicado de esta realidad eres tú, querido escritor. Por muy importante, novedoso o entretenido que sea tu escrito, si la audiencia decide que no te presta atención, date por…
En su última novela, El problema final, Arturo Pérez-Reverte nos regala un tierno y dulce zasca a los lectores (y a los ¿escritores?): «El público es ahora menos exigente. Era distinto en tiempo de las novelas-problema, que tenían más reflexión que acción… Y digo tenían porque hoy están pasadas de moda: demasiados imitadores de Conan Doyle devaluaron el asunto…» (p. 28). Es así. Como lectores, cogemos una historia, la desestructuramos y despersonalizamos y hacemos nuestras las partes que mejor se adaptan a nuestra realidad, les damos una mano de pintura, añadimos unos detalles personales… et voilà: una historia nueva que comienza su recorrido, corto o largo, pero ahí está, vivita y coleando.
No te ofendas, seguro que lo que quieres contar es de lo bueno mejor. Tampoco desesperes, hay algo que sigue siendo importante para muchos lectores: el valor del contenido. De nuevo te traigo unas palabras de Antonio Núñez en el libro que he citado antes: «Si tu relato no es una fuente de sentido para tu audiencia potencial, fracasará ante la avalancha de otros relatos, mediáticos o sociales, que compiten por hacerlo» (p. 43) y si, además, es un contenido manipulativo… la audiencia lo descubrirá antes o después (crucemos los dedos para que siempre sea así, aunque el refranero español nos deja una lindeza al respecto: no hay peor ciego —o sordo— que el que no quiere ver —u oír—) y el creador de ese contenido sufrirá las consecuencias. El valor del contenido ¿para la audiencia o en sí mismo? Lo ideal: en sí mismo.
Seguro que conoces Poética de Aristóteles, un tratado sobre el arte poético como tal. Son muchas las cuestiones que se desprenden de este escrito y que siguen siendo válidas y respetadas (más o menos) en la actualidad. Una de las ideas que vienen al hilo de lo que os estoy comentando es que, sin ser literal, los sentimientos que una obra escrita genera en la audiencia pueden deberse a la puesta en escena de esta, pero es mucho más importante que esos sentimientos surjan de la propia trama y la exposición de esta, esta es una característica que diferencia a un buen escritor (poeta concretaba él) de uno mediocre o malo.
Es posible que esta publicación no te parezca aplicable a tu caso: investigador que estás preparando un artículo o un libro sobre un tema serio y sesudo; estudiante con un trabajo fin de grado o de máster encima de la mesa; científico; técnico… Espera. Piensa en algo tan importante en tu trabajo como es la argumentación. (Sobre la argumentación propiamente dicha espero poder escribir una o varias publicaciones específicas). Argumentar es exponer razones o pruebas que apoyen o refuten una tesis. Argumentar es la base de tu trabajo y su solidez es lo que determina el valor del contenido que estás a punto de ofrecer a la comunidad científica o al público en general si trabajas en una obra divulgativa. Y sí, lamentablemente también te afecta el frívolo uso que se hace del tiempo de atención. ¿Todavía no te ha pedido esa editorial en la que tenías serias y firmes esperanzas que aportes dinero para publicar tu investigación? El tiempo de atención de la audiencia se traduce hasta en esto: la asunción del riesgo editorial compartido.
Para cerrar este jarro de agua fría que te he regalado hoy, te recuerdo tres puntos clave:
- la audiencia decide en quién y en qué invierte su tiempo de atención;
- el valor del contenido sigue siendo valioso y es el clavo ardiendo al que puedes agarrarte;
- un contenido con carga manipulativa tiene las horas contadas, se ve venir y no seduce y, con suerte, sirve para que esas personas pierdan la credibilidad que hubieran podido ganarse o que pudieran llegar a ganarse con el tiempo y la difusión de su escrito.
En la siguiente entrada voy a hablaros sobre si de verdad estás diciendo en tu texto lo quieres decir. Poneos cómodos…