En tono irónico, El arte de amargarse la vida sienta al lector frente a muchas de las tonterías que nos empeñamos en pensar para arruinarlos el día a día, cada pequeña sonrisa y la vida entera si nos esmeramos. Lleva al extremo esa habilidad del ser humano de imaginar que algo tiene que ser malo, convertirse en desgracia, significar un infortunio venidero, causar un desastre…, por el simple hecho de que nos paramos a pensar en las consecuencias de una acción y, por descontado, lo que pensamos no es positivo.
Desde la mayor nimiedad hasta el más inmenso esplendor, las personas tienen un don especial para tirar por tierra los buenos momentos. Si me quiere será porque le doy pena, porque me quiere para algún fin oculto… Ya lo decía el sabio Marx (Groucho): «No se me ocurriría ingresar en un club que me aceptara como socio» (p. 105).
A veces, dice Watzlawick, es mejor no indagar sobre por qué nos dan un ascenso, por qué alguien nos quiere, por qué aprobamos un examen, por qué conseguimos un cliente, por qué ganamos una competición o un premio… A veces, simplemente, debemos aceptar y disfrutar. Y si tenemos la necesidad de negativizar lo bueno: A veces, simplemente, debemos resignarnos con lo bueno que tenemos en la vida.