Hace unos pocos meses, algo más de trece, le dije a Celso Castro que estaba leyendo sus libros desde el último hasta el primero (porque para qué hacer las cosas como debería), y él me dijo que «de lo fácil de leer a lo difícil…». Y me dejó con la mosca detrás de la oreja. Y desde el último libro suyo que leí hasta este han llovido otros libros leídos (porque hay lecturas que deben dejarse reposar mientras visitas otras y coges fuerza para otro sopapo de realidad invisible), y ayer comencé a leer el afinador de habitaciones y hoy lo he terminado. La narrativa de Castro no da descanso al lector porque cada palabra lleva a querer saber la siguiente y cada cambio de escena, tiempo o pensamiento lleva al lector a necesitar conocer qué será lo siguiente que viva el protagonista.
La trilogía los relatos del yo está compuesta por el afinador de habitaciones, astillas y entre culebras y extraños. Primero me leí la tercera parte, ahora la primera y, por descarte, la segunda parte será la última que lea. Como en entre culebras y extraños, en el afinador el protagonista es un chico joven que, desde la inmisericorde mezcla de filosofía, drogas y música clásica, no es capaz de pensar más allá de sí mismo y de cómo todo gira en torno a él.
Su madre muerta lo atormenta. Su abuela, ya mayor, lo avergüenza por esas pérdidas de memoria y. tal vez, una imaginación dañada. Su tío, para el que trabaja en una biblioteca, se ríe de él y cuestiona las amistades que frecuenta. Las chicas, el sexo, las drogas, la poesía, las burlas… Todo gira en torno al protagonista. Porque el protagonista no permite que la escena lo deje descansar a un lado ni un segundo.
el afinador de habitaciones comienza con un relato «la cuervo», que parece que nada tiene que ver con la historia principal, pero que te lleva de la mano hasta el principio de el afinador y te advierte de que lo que está por venir no tiene nada que ver contigo, porque viene con protagonista propio, pero que, en realidad, tiene algo que ver contigo si ya has pasado esa edad adolescente en la que todo parecía que giraba en torno a ti, para lo bueno y para lo malo.
El protagonista de esta primera entrega de los relatos del yo nos zambulle en la filosofía por los libros a los que tiene acceso en la biblioteca en la que ayuda a su tío, nos salpica con poesía, la suya, que en un acto de ¿inocencia? pretende camuflar como la de un clásico consagrado (pero que, gracias a la inocencia que todavía conserva por la edad, reconoce como suya en una nube de incredulidad y desorientación), nos tienta con una variedad de drogas, porque está en ese momento en el que se quiere comer el mundo y descubrirlo todo (aunque esos descubrimientos ya se hayan llevado a sus amigos por delante), nos quiere dar lástima con su adicción al alcohol como remedio contra su ansiedad, tristeza, miedo… Quiere seguir dándonos lástima con su complicada relación con las chicas (de todas se enamora), porque quiere mostrarse como un adulto y todavía le queda algo de camino para serlo.
Leer a Castro se ha convertido en un espacio al que acudir cuando ningún libro te llama, porque sabes que es un lugar seguro de calma lectora. Calma intranquila que te lleva a no poder dejar el libro porque sus protagonistas tienen urgencia por contar su historia, ya que no les llega con que sus compañeros de reparto les hagan caso, necesitan, sus protagonistas, que alguien más se siente a escuchar las palabras que se agolpan en su garganta y relatan rápido, muy rápido, porque la vida les urge a seguir viviéndola.
(Por cierto, una reedición de el afinador y de astillas no estaría mal, que se venden caros en el mercado de segunda mano y las versiones digitales no son los mismo, nunca son lo mismo).