El devenir de nuestras vidas, ¿es fruto de la casualidad, del raciocinio implícito del ser humano, o son las propias vivencias las que condicionan la existencia y la forma de pensar?
De la mano de David O. Russell llegó a las salas de cine, hace veinte años, I Heart Huckabees (Extrañas coincidencias), una película de corte filosófico con un toque de humor burlón y algo malicioso sobre las seudociencias curativas en boga; para ello, el director contó con un reparto nada desdeñable: Jason Schwartzman (que da vida a Albert Markovski, protagonista de la película), Dustin Hoffman (Bernard Jaffe), Lily Tomlin (Vivian Jaffe), Jude Law, Isabelle Huppert, Naomi Watts, Mark Wahlberg y una importante lista de secundarios igual de sobresalientes.
Albert se siente un poco confundido por una serie de coincidencias que está viviendo y decide buscar cuál es la explicación de estas a través de los verdaderos enigmas de la vida. El matrimonio Jaffe (en el que destaco la interpretación de una Tomlin disfrutona de la crítica inteligente y mordaz) lo ayudarán a poner en orden todas las inquietudes que arrastra desde hace unos años, tanto en su vida personal como en la profesional. La técnica que utilizan comienza por sumergir al cliente (Markovski) en un profundo acto de meditación que lo ayude a visualizar todas las piezas del rompecabezas, además de un posterior seguimiento autorizado e ininterrumpido con el fin de hallar todos los extremos que den sentido a la interconectividad universal que explicará su situación personal y profesional presente.
El filme, además de ser una comedia absurda, pone sobre la mesa dos corrientes de pensamiento: una filosófica —el existencialismo de Søren Kierkegaard— y otra psicológica —el conductismo de John B. Watson—. Kierkegaard consideraba que la vida se trataba de tomar decisiones, y que cada una de las decisiones elegidas determinaba la existencia de cada persona (también lo que se deja pasar, lógicamente); por lo tanto, como el ser humano puede elegir, es libre. Estas decisiones, por supuesto, no se refieren solo a lo material y sencillo, sino que también hacen referencia a las cuestiones morales a las que se enfrenta el ser humano. Por su parte, el conductismo se basa en que la experiencia externa, la que se ve, es la única real y, en consecuencia, los posibles estados internos de la mente no son una opción que haya que tener en cuenta. Esto se traduce en entender el pensamiento como un acontecimiento fisiológico y el aprendizaje, basado en el condicionamiento, como la única vía de evolución personal.
La discusión está servida: para unas personas esto será indiscutible; para otras, no tendrá ningún sentido y, para otras, serán dos verdades de las que elegir diferentes partes para crear la verdad personal. Además de un sinfín de circunstancias intermedias que irán desde el rechazo absoluto hasta la aceptación incondicional.
Dejamos varias líneas atrás a Albert con el matrimonio de detectives metafísicos Jaffe. Voy a acompañarlo en ese primer estado de trance que le ayudará a reunir las piezas del rompecabezas que explicarán esas coincidencias que lo perturban y que construirán la justificación de su existencia y situación presente. Para acompañarlo, nada mejor que vivir el proceso en primera persona y buscar las piezas de mi propio puzle, porque ¿qué extrañas coincidencias se han producido en mi vida para no haber terminado de escribir esa novela que tanto deseas leer?
Vivian me ha recibido muy amablemente y comienza a hacerme una serie de preguntas para trazar un perfil personal sobre mí, mis costumbres sociales, profesionales… Sus preguntas me parecen un poco extrañas, pero he venido voluntariamente para encontrar respuestas, así que sigo adelante. Tras unos minutos de charla, me acompaña al despacho de Bernard. Él me habla de la interconectividad universal, en la que ambos creen a pies juntillas como doctrina para ayudar a sus clientes. De momento, sigo confiando en esta peculiar pareja de detectives, porque, como yo, ellos no creen en las coincidencias. Bernard me pide que me tumbe en el interior de un confortable saco de dormir donde encontraré la soledad y el estado de ánimo necesarios para bucear en mis recuerdos y traer al presente todas aquellas circunstancias vividas (puede que olvidadas) que, seguramente, estarán influyendo en mi vida actual.
Sumergirme en esas reminiscencias me genera una confusión y un malestar considerables. Siempre se ha dicho que el ser humano tiende a olvidar lo malo y a tener presente lo bueno, y están aflorando demasiados recuerdos negativos. Aunque no quiero continuar en este trance, confío en los Jaffe y sé que es necesario para encontrar las respuestas que necesito. Como piezas de un puzle, vienen a mí momentos en los que coartaron mi imaginación y creatividad con un «Eso no tiene futuro, es mejor que te centres en lo que te permitirá trabajar y ganar dinero», «Es mejor que dejes de escribir, eso no sirve para nada», otros en los que me negaron oportunidades: «Déjame la solicitud ahí si quieres, pero mejor no molestar, ¿no te parece?». No todos son evocaciones desfavorables, aparecen también consignas de ánimo y estímulo en etapas posteriores: «Tú puedes porque has dedicado muchas horas a prepararte. Yo confío en ti», «Eres buena, solo necesitas creértelo y dejarte crecer».
Creo que lo entiendo: aquellos mensajes de desánimo y de disuasión que recibí cuando era solo una niña, se convirtieron en un obstáculo de crecimiento; he dibujado mis limitaciones adultas desde mi interior inseguro adolescente. La experiencia restrictiva y de renuencia marcó mi respuesta para no enfrentarme a más negativas y nuevos rechazos. Este y no otro es el motivo por el que no termino de escribir las siete novelas que tengo a medias, porque, al fin y al cabo, nadie va a perder su tiempo leyéndolas, es mejor que dedique mi tiempo a algo que me dé beneficios reales. Pensaba que los mensajes de apoyo habían llegado tarde, cuando ya había asumido que yo no servía. Estaba equivocada.
Pero, en realidad, esto solo era una película: I Heart Huckabees (Extrañas coincidencias), con grandes interpretaciones y que nada tiene que ver con el hecho de habernos convertido en una sociedad cargada de inmediatez, urgencia, farsas y falacias; de permisividad y laxitud para evitar que las nuevas generaciones sufran los traumas consecuentes de recibir una negativa; de indiferencia e indolencia ante las consecuencias de un carácter negligente e irrespetuoso. Solo es una película que, desde el humor absurdo, pero crítico, se convierte en un ir y venir de personajes que entrelazan sus historias para descubrir que, parece que esos Jaffer (insisto, con una enorme interpretación de Tomlin a la que casi esperaba encontrarme siguiendo mis pasos) tienen razón: las coincidencias no siempre lo son.