Soy la primera a la que le cuesta revisar lo que escribe; no por pereza (al menos no siempre), sino porque como me conozco y sé cómo escribo… mis vicios lingüísticos son sacrosantos. Los errores, paso a paso, los voy puliendo. Sin embargo, leer lo que escribimos es básico para saber si hemos dicho lo que queremos decir y de la forma en que queremos transmitirlo.
Voy a ir con la verdad por delante, esta publicación se basa sobre todo en la programación neurolingüística (PNL), una seudociencia que sostiene que la construcción de los pensamientos y los hábitos puede influir en el éxito de las personas. Y al margen de que creas o no en sus principios, no pierdes nada por seguir leyendo este texto, porque no podemos negar que las palabras pueden ayudar a crear o a destruir en función de cómo se utilicen.
¿Te animas a seguir leyendo?
Los hechos que ocurren a diario, la verdad de un hecho, por mucho que nos empeñemos en decir que es única, no lo es en el sentido exacto y literal de la palabra «única» (solo y sin otro de su especie, según el DLE). La verdad, los hechos, pueden ser contados de una forma diferente por cada uno de nosotros, porque cada persona experimenta la vida de una manera, apoyándose en sus propias vivencias. Algo parecido ocurre con el uso de las palabras, porque hay palabras que pueden ser interpretadas de muy diferentes maneras.
Si decimos «perro» es fácil que todos coincidamos en la definición y descripción (razas, tamaños… al margen), porque todos, probablemente, hemos visto un perro en nuestra vida y podemos describirlo más o menos con corrección y acierto. Pero ¿qué ocurre si decimos «amor» o «libertad» o «educación»? Que el caos puede empezar a rondar el debate, porque el amor, la libertad o la educación, como muchas otras palabras abstractas, las vamos a definir, describir y adornar en función de la experiencia personal. Por eso, cómo nos expresamos (cómo usamos las palabras) es tan importante. Lo que para ti puede estar perfectamente claro porque se basa en tu experiencia, para mí puede ser un gran embrollo, porque tu experiencia y la mía no tienen por qué coincidir.
No voy a referirme mucho más en detalle a la PNL de forma directa (lo que viene a continuación se apoya en su interés por perfeccionar el mensaje comunicado), pero sí te cuento que esta seudociencia se basa en el constructivismo, y que otorga gran importancia al uso de la comunicación (verbal y no verbal) para conectar con el interlocutor.
¿Dónde quiero llegar transitando por este jardín en el que me he metido? A destacar la importancia de utilizar el lenguaje con precisión para poder comunicar con claridad y especificidad. Por eso, te pregunto de nuevo: ¿estás diciendo lo que quieres decir?
Estoy segura de que tienes perfectamente clara la idea que quieres transmitir en tu escrito. Ahora tienes que construir el texto que refleje esa idea de la forma más rigurosa, fiable, concreta… posible. Para llegar desde la idea que quieres transmitir hasta elegir las palabras con las que vas a comunicarla, vas a pasar por un proceso en el que seleccionarás, simplificarás y en muchos casos generalizarás para llegar a comunicar más claramente. En este camino puedes perder información relevante. Te cuento algunas de las formas en que puedes perder información sustancial y cómo solucionarlo:
- Inespecificidad en el uso de sustantivos y verbos. Si eliminas el sujeto activo de una frase puedes estar perdiendo información necesaria, también si prescindes de un adverbio que complemente al verbo dejas datos por el camino. ¿Cómo lo puedes solucionar? Preguntándote si es crucial saber ¿quién?, ¿el qué? y ¿cómo?
- Las comparaciones son un arma de doble filo. Si bien una comparación puede servir para apoyarse y mejorar una explicación, también puede convertirse en un vicio lingüístico que solo sirve para aumentar el número de palabras utilizadas. Decir, por ejemplo, «Es mejor utilizar la máquina de escribir», no aporta mucha información porque: ¿es mejor que qué?, ¿es mejor para quién?, ¿por qué es mejor?, ¿en qué contexto es mejor? La solución en este caso es construir la comparación completa y confirmar que su uso tiene lógica e interés.
- Convertir verbos en sustantivos (nominalización) es una vía de escape de información a gran escala. Un verbo representa una acción, un proceso. Un sustantivo no tiene acción, es estático. Convertir un proceso en algo estático es sinónimo de pérdida de valor en el discurso. La solución en este caso es sencilla: deshacer la nominalización del verbo y dar acción. Ojo, que a veces la nominalización es necesaria.
- Generalizaciones universales. A veces es imprescindible generalizar porque, si no, estaríamos entrando en detalles a cada acción, y eso podría ser pedante, innecesario y un obstáculo para la comunicación. Sin embargo, las generalizaciones que implican la idea de «todo», «cada», «siempre», «nunca» representan una limitación de oportunidades innecesaria (aunque el contexto te marcará si es cierta o no esa generalización universal). ¿Cómo lo solucionas? La manera más entretenida es llevar al extremo de la exageración esa generalización; por ejemplo, si dices «Jamás aprenderás inglés porque eres mayor», haz preguntas del tipo: «¿y si te vas a vivir a Inglaterra y todo el mundo a tu alrededor habla inglés y no tienes más remedio que comunicarte para poder comer?». En este caso, tal vez, lo aprendes, así que ese «jamás» no es tan universal.
Hay otras situaciones en las que puedes dejarte información por el camino y terminar comunicando lo que no quieres transmitir con exactitud (presuponer, creer que sabemos cómo piensan los demás, dramatizar las relaciones causa-efecto… en definitiva: jugar a distorsionar). Lo importante es que al leer el texto que has escrito, te vayas haciendo preguntas que te ayuden a clarificar y, de alguna manera, universalizar tu escrito.
Recuerda que hay palabras que se definen y describen de forma, más o menos, unívoca para todas las personas, pero hay otras palabras que, al margen de que cuenten con una definición formal, pueden verse condicionadas a la experiencia de cada persona. Estas últimas suelen ser las que representan conceptos abstractos: amor, paz, respeto, pensamiento, filosófico, ético, etc., con estas últimas hay que esmerarse y procurar una comunicación clara y libre de tergiversaciones.
Algunas personas (¡truco!) para salvar el problema de los malentendidos sobre un concepto abstracto (o sobre el concepto que pueda desencadenar el lío), lo que hacen es comenzar explicando lo que entienden ellas por «amor», «respeto», etc., y a partir de ahí desarrollan la idea, argumento o lo que tengan entre manos. No es mala opción, pero, en cualquier caso, no olvides que otras personas pueden entender ese concepto de otra forma.
En la siguiente entrada voy a hablaros sobre la intencionalidad en la comunicación. Poneos cómodos…