Un pequeño libro ilustrado (ilustraciones de Jean-Jacques Sempé, 1932-2022) que esconde un enorme tesoro entre sus palabras. Süskind envuelve entre carreras, bosques, bicicletas, cenas familiares y desconciertos infinitos, la historia por la que todos, de alguna manera, hemos pasado y solo los más afortunados alargan en sus años de vida: el final de la infancia.
El protagonista de esta historia (del que no necesitamos conocer el nombre porque, eres tú, y tú, yo también…) recuerda desde su presente adulto momentos de su infancia y crecimiento en la pequeña aldea en la que vivió con sus padres, donde iba a la escuela y donde habitaba un personaje pintoresco, del que nadie conocía el nombre de pila, solo su apellido: Sommer. Un hombre alto y delgado que se pasaba las horas caminando a gran velocidad, hiciera frío o calor, lloviera o nevara, sin ninguna profesión conocida. De él solo se sabía que caminaba y caminaba día tras día.
El narrador (y protagonista) nos va relatando detalles de su infancia, recuerdos de su niñez y de los momentos en los que fue consciente de que era un poco más mayor (porque tiene bici propia; heredada, pero propia; porque es así de alto y usa una talla de calzado concreta…). Entre esos recuerdos, deja pinceladas de la presencia del señor Sommer. Siempre caminando. Incansable. Sin atender a los ofrecimientos o consejos de los adultos.
Al final, el narrador cuenta su último recuerdo del señor Sommer. La última vez que lo vio. La capacidad para ocultar lo que había visto.
El señor Sommer es nuestra infancia, corriendo alocada, sin saber muy bien hacia donde va, simplemente avanzando, haciendo camino. La historia del señor Sommer terminó cuando el joven protagonista se dio cuenta de que se había convertido en un joven adulto. Su época de aprender a cada paso, jugar con cada excusa, correr, descubrir, sentir incomprensión…, había terminado. En ese momento en el que el protagonista se da cuenta de que ha pasado a ocupar un lugar en la sociedad, y que se espera que se comporte como lo que ya es. Años más tarde, es capaz de recordar pinceladas de su infancia, de ese señor Sommer que siempre caminó en paralelo a su crecimiento.
El señor Sommer es ese alocado caminante que no deberíamos dejar de sentir cerca, muy cerca, cuando somos conscientes de que la infancia quedó atrás. El señor Sommer es la luz incansable del niño que queremos rescatar cuando, a veces, es demasiado tarde.