Las horas (2020). Intentaré explicar lo mejor posible la explosión de recuerdos y sensaciones que la lectura de este libro han significado, pero creo que es justo comenzar la historia por el principio. El libro lo publicó Tusquet en noviembre de 2020, yo compré una copia en febrero de 2021 y se convirtió en un nuevo habitante de las estanterías que acogen a «los libros por leer», que cada vez necesitan más espacio. El 22 de octubre de este año, hace unos pocos días, vi la película basada en esta novela. Y recordé que tenía este libro esperándome, y llegó su momento, el 24 de octubre comencé a leerlo en una sala de espera, demasiado tiempo de espera que en esta ocasión no me importó nada, porque avancé algo más de un tercio del libro. Hasta aquí lo banal, solo voy a añadir que la película me pareció muy muy buena, tanto que leer el libro poniendo el rostro de las actrices y actores a los personajes ha sido un complemento positivo; y la novela, muy muy buena. Sin más.
Ahora bien, qué recuerdos y sensaciones me ha traído la lectura. Recuerdos de cuando leí Mrs. Dalloway en el grado de Estudios Ingleses (también vi la película protagonizada por Vanessa Redgrave; y me gustó; y aportó la imagen de Redgrave para la primera Clarissa junto a la de Meryl Streep para la segunda Clarissa. Un lujo por partida doble). Sensaciones de emoción al recordar los análisis que hice, sobre Virginia Woolf y Mrs. Dalloway, la información que busqué para completar y entender —todo lo que pude— lo que había en torno a la escritora y a la obra. Y poco a poco iba recordando personajes de Mrs. Dalloway, temáticas, símbolos… y me ha resultado imposible no hacer una comparativa entre algunas de estas cuestiones en la obra de Woolf y esta de Cunningham. Esbozo más que desarrollo, porque se podrían llenar páginas, supongo que se habrá hecho ya, y no es mi objetivo, solo pretendo mostrar la magia de la literatura cuando es respetada.
Empecemos por los personajes. Clarissa es indiscutible que ha sido traída de vuelta a la vida en Las horas, conservando el nombre de pila para que nadie se despiste; es prácticamente la misma mujer que ha viajado en el tiempo y pasa de vivir al final del primer cuarto del siglo xx a hacerlo a finales del mismo siglo; sigue siendo una mujer a la que le cuesta mostrar sus sentimientos, pero que es cariñosa, disfruta y nos hace disfrutar con cada pequeña circunstancia y, a la vez, sufre y nos hace sufrir; intenta mantener el equilibrio entre todo lo que la rodea y su vida interior, su manera de sentir; vive el presente, pero no puede dejar de rememorar el pasado. Las dos Clarissas son, casi, dos gotas de agua.En la obra de Woolf, Clarissa está casada con Richard, en la de Cunningham es pareja de Sally; Richard y Sally son, en cierto sentido, el mismo tipo de personaje: ambos están enamorados de Clarissa y ambos tienen dificultades para mostrar ese amor; él debe ausentarse continuamente por su trabajo, Sally entra y sale de la escena compartida con Clarissa continuamente, apenas comparten tiempo juntas en la novela; incluso, hay un momento en el que Richard intenta decirle a Clarissa que la ama, pero sus ocupaciones se lo impiden (cualquier excusa era buena para seguir sin airear sus sentimientos), Sally cuando vuelve a casa después de un almuerzo con Oliver va planeando decirle a Clarissa que la ama (hace mucho que no hacen el amor, se dice a sí misma), pero cuando llega a casa es más importante ocuparse del estado de ánimo de Clarissa que decirle que la ama.
Un tercer par paralelo es el formado por Septimus (en Wolf) y Richard (Cunningham) dos poetas, exitoso el primero y casi exitoso el segundo; ambos han perdido la cordura, el primero tras vivir una guerra y la pérdida de amigos, el segundo por una enfermedad que debería terminar con su vida; ambos ponen fin a su vida atormentados por el sufrimiento propio y el que causan a las personas que quieren. ¿Juega Cunningham con el lector al llamar al amor de juventud de Clarissa como Woolf llamó al marido de su Clarissa? Sí, indiscutiblemente sí, porque la Clarissa más actual vive mucho más anclada en sus sentimientos del pasado que la de Woolf y esa ancla que no consigue (o no quiere) soltar le impide disfrutar del presente con mayor libertad.
¿Podemos hablar de las temáticas también en paralelo? Sí, aunque Cunningham incorpora algunas nuevas. El tratamiento del tiempo en Woolf pretendía crear un poco de desorientación en el lector, que en ocasiones tiene que releer para separar el pasado del presente y lo real de lo imaginado o pensado; en el caso de Las horas, es todavía más evidente al crear el autor un triple escenario, el de Woolf, el de Laura Brown y el de Clarissa, y en este caso, la trabazón entre las tres historias se va desentrañando mostrando la influencia de Woolf en las vidas de Laura y Clarissa y la de Laura en la de Clarissa. La crítica social está presente en las dos novelas con igual intensidad e igual derroche de razones. Otro tema que encontramos en ambas obras es el de la opresión, y aquí es donde Cunningham incorpora temáticas nuevas; si en la obra de Woolf se centraba sobre todo en una opresión que llevaba al conformismo como estilo de vida, en la del autor de Cincinnati encontramos que mantiene ese estigma del conformismo —sobre en el personaje de Laura Brown— e incorpora dos grandes aspectos a esa opresión: la homosexualidad masculina, centrándose en el sida y el rechazo que representa, y el lesbianismo y la evolución de la sociedad ante él: desde la ocultación hasta la aceptación crítica.
También encontramos símbolos que Woolf utilizó con sutileza o sin ella y que Cunningham ha reproducido. Por ejemplo, ambas Clarissas nos hablan de una anciana, la británica la ve en una ventana frente a su propia casa, y la Clarissa americana cada vez que va a visitar a Richard; en ambos casos, es un reflejo tanto de la falta de privacidad e intimidad, que experimentan ambas Clarissa en determinados momentos de su vida, como del paso del tiempo y los cambios que la vida les va mostrando a ambas y que en el caso de Clarissa Vaughan, al final del libro, esta hace una alusión clara: «[…] Se limita a hacer lo que su hija le ha dicho que haga, y encuentra un alivio sorprendente en obedecerla. Quizá, piensa, una podría empezar a morirse de este modo: con las atenciones de una hija adulta, las comodidades de una habitación. Así pues, esto es la edad. Estos son los pequeños consuelos, la lámpara y el libro. Esto es el mundo, cada vez más gobernado por personas que no son tú; cuya actuación será buena o mala; que no te miran cuando se cruzan contigo en la calle.» (pp. 280-281).
Y el más evidente de todos los símbolos: las flores. Las flores nos hablan del tipo de carácter de los personajes: los que se mueven con facilidad entre ellas y aquellos a los que casi les incomoda, es decir, Clarissa más abierta y capaz de expresar sus sentimientos, y, por ejemplo, Richard (el marido de Clarissa en la original Mrs. Dalloway) y Sally: ambos se sienten un poco tontos con flores en la mano o comprándolas para Clarissa.
Y por el camino, Laura Brown utiliza a Clarissa Dalloway para descubrirse y sentirse encerrada, oprimida, conformista… Y, aun siendo el nexo que en la obra de Michael Cunningham da sentido a Clarissa Vaughan y la une a Clarissa Dalloway, sufre y acepta una especie de abandono social (viviendo en una zona residencial en la que solo comparte un instante con Kitty, su amiga) y abandono de su propio creador literario que la despoja de una pareja con la que hablar (aunque habla con su marido más que cualquiera de las dos Clarissas con sus parejas), unas flores que ir a comprar (sus flores son decorativas en la tarta de cumpleaños que hace para su marido, o son las que compra su marido para sí mismo el día de su cumpleaños, porque eso es lo que se espera de ella, que se comporte como la buena ama de casa, amante esposa, madre inquebrantable, amiga firme…), un tiempo pasado que recordar (porque su historia solo habla de un presente que avanza en paralelo por su juventud y su edad adulta) y víctima de una crítica social que ella misma se impone imaginando lo que pueden pensar de ella en el hotel, su propio hijo, la señora Latch…
Y por encima de todo esto, o como un tema subyacente, el par formado por la vida y la muerte. En la versión cinematográfica, Virginia Woolf, mientras está construyendo Mrs. Dalloway y se debate entre si Clarissa debe morir o no dice algo que lo resume, desde mi punto de vista, a la perfección, más o menos, dice que unos personajes deben morir para que los demás aprecien la vida. Cunningham, además de ofrecernos la muerte de Richard Brown como tributo a la vida, nos regala un día nuevo de Clarissa Vaughan y el ocaso de ese día que dará paso (esto ya corre por cuenta de la imaginación del lector) a un nuevo amanecer en el que esa maldita ancla al pasado ha dejado de existir y ya solo cabe pensar en el presente.