Poco más de sesenta páginas (más un epílogo en el que Charles Douglas Taylor, hijo de la autora, cuenta brevemente la travesía vital de su madre y de Paradero desconocido) son suficientes para evidenciar la crueldad que el nazismo significó para tantas personas que se vieron afectadas por las injusticias y el odio que tantos otros veían como justificables y necesarias.
La amistad entre un judío residente en San Francisco, Max Eisenstein, y un alemán, Martin Schulse, que regresa a Alemania en 1932, es el hilo de esta breve novela epistolar. La incomprensión del primero ante los cambios ideológicos, políticos y sociales que Alemania vive se ven seguidos en un primer momento por su amigo alemán. Sin embargo, y a pasos agigantados, la capacidad de convencimiento del líder alemán hace que Martin (como ocurriera con muchas otras personas) comprendan la necesidad de limpiar la sociedad alemana de la manera más radical, injustificada e incomprensible que es de sobra conocida.
La ruptura de esa amistad y el incomprensible mirar hacia otro lado de la cobardía de quien defiende lo que no comprende y hace suyo lo que el poderoso vocifera se traducen en una venganza servida en plato bien frío, cruel y, de alguna manera, previsible. Una venganza que nace del dolor ante la pérdida de la amistad, de la incomprensión ante las posturas adoptadas y, sobre todo, del desconsuelo ante la pérdida de los seres queridos por el simple hecho de ser judíos.
Charles Douglas Taylor desvela en sus breves palabras cómo surgió esta brutal y breve novela. Entendemos así la crudeza de las imágenes que Kathrine Kressmann Taylor genera en nuestra cabeza, la frialdad de la venganza, la incomprensión (que ella vivió de manera directa en su entorno personal) de Max, la actitud inexplicable de Martin.
Una lectura rápida que se traduce en más horas de divagación sobre la esencia y crueldad del ser humano.