El tema central y evidente de esta novela corta es la importancia de dar las gracias a las personas que, de alguna manera, han sido significativas en nuestra vida. Hacerlo cuanto antes, porque, como dice Jérôme, las personas se mueren sin tiempo de avisar a nadie de que el momento ha llegado, y entonces es tarde. Si no cambian las reglas del juego a mitad de la partida, todas las personas van a morir, y es complicado que no nos dejemos nada en el tintero por haber dicho.
Y, si bien la novela está escrita para agradar y hacer aflorar los sentimientos más tiernos y, obviamente, de agradecimiento, me hago una pregunta: ¿No es igual de importante decirle a esa persona el daño que nos ha hecho?
No quiero mostrar una versión rencorosa, insatisfecha… Sin embargo, es un hecho que a lo largo de una vida habrá personas que harán bien y otras que dañaran, queriendo o sin querer, pero dañarán. Lo negativo, ¿hay que olvidarlo?, ¿perdonarlo?, ¿mirar para otro lado?
Decir «gracias» requiere valor. Decir «me heriste», ¿también?
Al margen de las luchas y dudas internas que este libro me ha despertado, la novela está escrita desde el punto de vista de dos jóvenes: Marie y Jérôme, que comparten el tiempo con Michka, una anciana que comienza a tener un deterioro cognitivo que conlleva su ingreso en una residencia. Los días allí solo tienen un fin: la muerte. Michka llega allí sin haber podido cumplir su deseo de dar las gracias a un matrimonio que la escondió de la muerte durante la guerra. Jérôme, su logopeda en la residencia, ayuda a la anciana a conseguir ese objetivo de agradecimiento. Y una vez conseguido, ¿qué queda cuando se ha tirado la toalla o simplemente se ha reconocido y aceptado que el final no está tan lejos? ¿Y si Michka puede elegir cuándo morir?
El desenlace de la novela es el evidente, la tierna Michka muere una noche. ¿Por qué? Cada lector puede decidir si la vida se agotó o si Michka puso fecha a su final.
De Vigan pone en boca de Jérôme unas duras palabras: «Envejecer es aprender a perder. Asumir, todas o casi todas las semanas, un nuevo déficit, una nueva degradación, un nuevo deterioro. Así es como yo lo veo» (p. 129). Envejecer, tal y como yo lo veo hoy, es aprender, imaginar nuevos sueños, alcanzar objetivos, querer un poco más, descubrir una capacidad personal que desconocíamos, ser más fuertes y más débiles a la vez, una debilidad que nos permite adoptar otras formas de resistencia sin ruptura. Mañana, no sé cómo lo veré.