Dos ratos, literalmente, es lo que he necesitado para leer entre culebras y extraños, dos ratos porque el libro te atrapa, el protagonista te atrapa en su narración y te hace necesitar seguir conociendo su historia. Y, por un lado, quieres seguir escuchando su voz en tu cabeza y llegar al final y, por otro lado, no quieres que se acabe esa historia porque te ha absorbido en su sentir, en su deseo de apropiarse de tu pensar, de tu ser, de tu sentir.
Porque creo que el protagonista de esta historia que nos regala Celso Castro es un gran egoísta al que no le importa nada más que lo que él siente, casi sin pararse a pensar por qué lo siente —bueno, sin el casi—. No le importa comenzar a contarte su historia desde la muerte de su padre, podría haber sido otro hecho, pero la muerte del padre lo convierte en víctima. Tan solo porque él es el protagonista. No le importa lo que siente su madre, solo le importa que él sea siempre el centro de la vida de una mujer que ha sufrido, pero no le preocupa contarnos por qué ha sufrido su madre, lo deducimos a través de lo único que le importa al protagonista: su propia forma de sentir y pensar. Ni siquiera le importamos nosotros, que no nos dice ni su nombre.
Tampoco le preocupa el dolor de su hermana por la muerte de su padre, por la relación complicada que tiene su hermana con la vida, incluso con él. Tampoco le importa lo que piense y sienta Sofía, su amiga, su pareja, su…
Tenemos que esperar hasta el último capítulo del libro para ver un resquicio de interés por los sentimientos de los demás, pero, para mí, solo es un espejismo, una ofuscación producto del dolor. Solo es un arrepentimiento temporal, no dudo que sea sincero, porque enseguida se vuelve a centrar en él en su forma de necesitar a las personas. De utilizarlas para su tranquilidad, para que el mundo esté en el equilibrio, para que sea perfecto. Su mundo. Su perfección.
entre culebras y extraños es un volcán de sentimientos, porque el egoísmo del protagonista no es suficiente para esconder la profusión de sentimientos, los que transmite el autor con sus palabras, con su forma de conectar con el lector, con su capacidad para envolverlo en una historia que terminas haciendo tan tuya que te preguntas si no será la tuya propia, si no será el espejo que nunca querrías mirar, si no eres tú quien protagoniza la historia de alguien que mide la distancia en besos, pero es incapaz de mostrarse abiertamente, de mostrar su debilidad y su fuerza. En el fondo, somos eso, ¿no? Un pozo de sentimientos. Abajo los que nos hacen vulnerables. Arriba los que nos hacen parecer dioses a los ojos de los demás. Egoísmo de protección.