Dicen que nunca es tarde, pero cuando empecé a leer este libro de Mateo Díaz me maldije por no haber llegado a este autor antes. Una razón: me ha transmitido paz al leer sus palabras. No escribe con prisa, utiliza un lenguaje culto y claro, accesible, comprensible, calmado; cada escena tiene su tiempo, cada personaje tiene su historia, su sentir, su pensar…
Sin dudarlo me hice con otros dos títulos de Mateo Díaz (La fuente de la edad y Vicisitudes). Historias sin gritos. Historias que buscan la calma cuando empiezas a leerlas. Historias que, al margen de ideologías, creencias o momentos de la historia, transmiten lo que los personajes viven, unos más y otros menos, porque con unos creas más necesidad de cercanía y con otros de incomprensión, lejanía… Una forma de escribir que te hace sentir sin lanzarte a una interminable caída de odios o pasiones. Una forma de escribir para reposar, para apagar la vida inquieta (y a veces inquietante) a la que nos enfrentamos a diario.
La historia de Marcos Parra casi se ha quedado en un segundo plano al adentrarme en la escritura de Mateo Díaz. Bueno, sin el casi. Marcos Parra es un periodista (protagonista de Las Estaciones Provinciales) que se nutre de rumores, chivatazos, confidentes… que baja al barro para entender y encontrar y ante la protección de la máquina de escribir vive más peligros que en los barrios complicados de transitar. De su mano conoceremos los tejemanejes políticos y de poder en una pequeña provincia, esta o aquella, da lo mismo, a nadie le extrañará lo que se cuece tras la noticia.
Un segundo título incluido en esta edición de bolsillo de Debolsillo (marzo de 2017) es Las horas completas, que nos trae a varios religiosos que en un gesto de caridad, al socorrer al que parece un herido peregrino, se enfrentan a una serie de inconvenientes en su apacible vida.
Es «tan solo» un autor que nos hace disfrutar de una literatura expresiva, tranquila y apetecible frente a las prisas.