Si Dios no escuchase (Cartas a Malcom) de C. S. Lewis (Rialp, 2001) es el noveno libro de una colección en la que Ediciones Rialp («Biblioteca C. S. Lewis») reúne doce volúmenes del autor norirlandés sobre cuestiones, fundamentalmente, filosóficas y religiosas.
No sé si es bueno o malo el camino, pero conocí a Clive Staples Lewis después de ver la película Tierras de penumbra (Richard Attenborough, 1993, protagonizada por Anthony Hopkins y Debra Winger). Hasta ese momento no me atrajeron Las crónicas de Narnia heptalogía por la que, seguramente, más se conoce al autor. Tampoco me atrajo su faceta literaria de no ficción. Lo que me atraía en aquel momento era la interpretación de sir Anthony Hopkins (y su capacidad para transmitir y despertar sentimientos solo con su mirada). Sin embargo, quedó ese poso sobre Lewis. Y con el paso de los años, supongo que cuando mi cabeza estaba preparada, empecé a comprar algunos de sus libros de no ficción (y ya sí, mi regalo de Navidad de este año ha sido la heptalogía de Narnia que tengo en «pendientes de leer») y, con calma, intentando comprender, pensando sobre sus palabras, digiriendo, encontrando los puntos de coincidencia y los de discrepancia, abriendo mente… he leído uno de sus ensayos: Si Dios no escuchase.
Lapicero en mano, destaqué varias ideas. Bastantes más de las que voy a incluir a continuación.
«… la relación entre Dios y el hombre es más privada e íntima que cualquier posible relación entre dos criaturas. Sí, pero al mismo tiempo, hay, en otro sentido, una gran distancia entre los participantes. No estamos aproximando […] al Inimaginable y Absolutamente Otro. Debemos tener conciencia […] de la estrechísima proximidad y, a la vez, de la infinita distancia» (pp. 27-28). Joseph Ratzinger dice en Cooperadores de la verdad. Una meditación para cada día del año (Rialp, 2021, p. 403) que cada persona es aquello para lo que tiene tiempo y recuerda el sentido del domingo como apertura a Dios. Personalmente no me gusta limitar ese momento de intimidad con la oración y la conversación con Dios a un día de la semana, sí, seguramente porque el ritmo absurdo que nos imponemos me obliga a aprovechar el instante. En cualquier caso, sí creo que adaptar y adaptarse es parte de eso que somos. Encontrar el momento en el que estoy receptiva para conversar en silencio, es mi forma de orar, de conversar, sin establecer horarios.
«Malas leyes hacen difíciles procesos» (p. 81). Qué fácil sería hablar sobre esto cambiándolo de ámbito…
«Por ignorancia pedimos lo que no es bueno para nosotros o para los demás, o lo que intrínsecamente no es posible. Asimismo, atender la plegaria de uno implica rechazar la de otro. En todo esto hay muchas cosas difíciles de aceptar para nuestra voluntad, pero no hay nada que sea difícil de entender para nuestro entendimiento» (p. 87). Joseph Ratzinger nos recordaba en Cooperadores de la verdad (p. 22) que todos necesitamos un ritmo, y que esto es así desde la creación, y nos remitía a Eclesiastés (3,1 y ss.): «Todo tiene su momento y todo cuanto se hace debajo del sol tiene su tiempo. Hay tiempo de nacer y tiempo de morir…». Ratzinger nos animaba en esta meditación a «despertar la memoria del corazón y aprender así a ver la estrella de la esperanza». Veo las dos ideas muy relacionadas, la necesidad de cultivar la paciencia, de sembrar y ver crecer esas semillas de esperanza en nuestros corazones, la necesidad de abrir los ojos a la realidad a pesar de que Lewis nos recuerda «Un viejo y devoto proverbio dice que Cristo no murió solo por el Hombre, sino por cada hombre, nada menos que como si cada hombre hubiera sido el único que hubiera existido» (p. 82); cada uno somos exclusivos, sí, para bien y para mal, pero a nuestro lado hay otra persona exclusiva.
«Creer que, tanto si puede concedérnoslas como si no, Dios escuchará nuestras peticiones, las tendrá en cuenta. Incluso en seguir creyendo que hay Alguien que escucha, pues, cuando la situación se hace más y más desesperada, se inmiscuyen los miedos espantosos. ¿Estamos hablándonos a nosotros mismos en un universo vacío? Y ya hemos rezado demasiado» (p. 90). Con mucha probabilidad ya hemos rezado demasiado, y por mi parte, seguiré haciéndolo, porque cada oración es una pequeña conversación con Él, y en ese momento de intimidad que puedo generar para charlar, Él me invita a pensar sobre las palabras que le comparto, sobre el mensaje con el que le agradezco o le pido, con las palabras que tan solo buscan ser oídas. Y de ese pensamiento que consigo, de ese análisis desde Su punto de vista (el que creo que debe ser Su punto de vista tras haber leído textos de la Biblia y las interpretaciones, especialmente, de Joseph Ratzinger), muchas veces obtengo la respuesta a mis oraciones. Así que no, no creo no nos escuche, tan solo tenemos que aprender a escucharlo nosotros a Él. Y en este sentido Lewis sigue «No considero en absoluto que la experiencia mística sea una ilusión. Creo que pone de manifiesto que hay un camino que recorrer, antes de la muerte, fuera de lo que se puede llamar “este mundo”, fuera de este decorado. Fuera de todo esto, pero ¿para entrar dónde?» (p. 94). No lo sé con absoluta certeza, son la fe y la esperanza las que nos ayudan a transitar por este camino en paralelo al del día del día, el cual se ve condicionado por nuestras creencias, ideología, sentimientos… Creencia que nos facilita cada paso porque se alimenta de la esperanza y de la fe.
La última de las ideas que destaco de Lewis es: «… muchas cosas se hacen fácilmente en el momento en que podemos hacerlas, aunque, hasta entonces, las creíamos completamente imposibles» (p. 145). Así de se sencillo y así de complicado.