Gianrico Carofiglio (Bari, 1964) es un fiscal del estado que paso a la comisión parlamentaria antimafia y fue senador de la República italiana entre 2008 y 2013. Esto es lo que comienza diciendo la editorial Anagrama en su página web sobre el autor de este libro. Esta presentación formal, decorosa y circunspecta representa de manera fiel el estilo narrativo de Carofiglio: serio, pausado —así lo refleja al menos la traducción de Carmen García-Beamud—.
De la misma manera que nos muestra su narrativa, nos muestra a uno de los personajes de la novela, al padre de Antonio. Un hombre que muestra su carácter calmado, reflexivo, serio… Entre este actor de la narración y la propia narración, el autor nos transmite el sentimiento y el pensamiento que el narrador, el mismo Antonio, ha alcanzado con la madurez de los años y que resume de manera extraordinaria con una frase en boca de su padre: «Se ha hecho tarde muy pronto» (p. 106). No hace falta explicar el significado, pero sí hace falta resaltar la importancia que Carofiglio le da al tiempo, al paso del tiempo, en estas páginas. Son muchos los ejemplos que puedo traer a estas líneas, pero solo voy a mostrar uno más que, como la anterior, no necesita de ninguna explicación (p. 148):
—Tienes razón. Tendremos muchas cosas que contar.
Al oír esa frase sentí una fulminante tristeza. Imaginarme contando todo lo que nos estaba sucediendo implicaba que ya hubiera acabado, y yo no quería que acabara, quería quedarme suspendido en el punto exacto en el que me hallaba, en esa línea divisoria entre el antes y el después.
Además de la gran importancia que el autor le da al tiempo (como concepto de duración, como organizador de las secuencias o como director del ritmo narrativo), ha llamado mi atención la forma en la que trata el paso del tiempo desde la perspectiva de Antonio, el verdadero protagonista de esta historia —o, al menos, eso es lo que quiere hacernos creer Carofiglio, porque en realidad esta novela es un espejo en el que todos nos podemos mirar en muchos momentos de nuestra vida—. Antonio, en la primera etapa de la narración se cuestiona la interpretación de la vida que hacen los adultos «—Observando a los adultos, pienso a menudo que os quedáis atrapados en cosas que en realidad no os importan nada. ¿Cómo ocurre? ¿Cuándo ocurre?» (p. 58), y además se permite remarcar en cursiva ese cuándo por si no hemos observado todavía la intención de su obra. Y para que no quepa duda alguna, unas pocas páginas antes ya ha llamado nuestra atención sobre el propósito reflectante de esta historia en nuestras vidas: «Es curioso como una misma cosa, exactamente la misma, nos puede afectar de modo tan diferente dependiendo de cómo la veamos, del contexto mental en el que la situemos» (p.31).
De esta manera avanzamos por las páginas de Las tres de la mañana, descubriendo el crecimiento personal y familiar del personaje —eso que en literatura llamamos bildungsroman para identificar a una novela de aprendizaje— entre confesiones inesperadas en momentos de íntima conversación paternofilial, en las que Antonio declara el sorprendente interés que su padre ha despertado en él, así como el descubrimiento de pequeñas —para él, enormes— confidencias que su padre le confía como si no fueran tales (y que a veces le pide no contarle a su madre), o bien cuando, a raíz de anécdotas que él le cuenta a su padre, admite ante el lector el cambio de mentalidad que un hecho particular (como, por ejemplo, el suicidio de un compañero de instituto) tuvo en su vida de adolescente. De esta manera también nos lleva a reflexionar, de manera persistente en nuestros pequeños (o grandes) secretos.
Un sinfín de conversaciones entre padre e hijo que nos llevan de la mano sosegada del profesor de universidad, el padre, desde la filosofía hasta la matemática —qué es la matemática sino filosofía, y viceversa—, de la literatura —por ejemplo con la frase de Fitzgerald que ayuda a dar título al libro: «En la verdadera noche oscura del alma son siempre las tres de la mañana» (p.141) y de la que no deberíamos dejar de leer el corolario con el que la concluye Antonio— al cine, de las relaciones familiares al reconocimiento de los familiares. Las tres de la mañana es un cúmulo de motivos para arrancar una conversación con esa persona tan cercana con la que jamás has pensado en tener una conversación porque todo está sobreentendido, pero que es precisamente con la que más necesitas hablar de esos mínimos detalles del día a día y también de las grandes incongruencias de la vida, de tu vida.
Aunque podría citar más extractos del libro —de nuevo me voy a amparar en la multitud de opciones y en mi incapacidad para decidir cuál es la más valiosa—, creo que el broche de oro de este libro nos lo ofrece el autor unas cuantas páginas antes del final: «—Hay que dilapidar la felicidad, es el único modo de no desperdiciarla. De todas formas desaparecerá igualmente» (p. 156). Una frase cegadora para no recurrir al trillado carpe diem pero que viene a recordarnos que por mucho que queramos retener un momento cualquier a través de escritos pausados, meditados e incluso silenciosos, el tiempo volverá a dejarnos claro que no va a esperar por nosotros, que o lo decimos ahora o ya no será posible.
Las tres de la mañana
Gianrico Carofiglio
167 pp.
Anagrama
978-84-339-8064-9
https://www.anagrama-ed.es/libro/panorama-de-narrativas/las-tres-de-la-manana/9788433980649/PN_1028